Lo que oyes por casualidad
Lo reconozco, me gusta escuchar las conversaciones de los demás. Ya sea en el bus, en el metro o en la cola del cine, el murmullo de la gente me atrae sin remedio. Hay tantas historias desenvolviéndose a cada momento que resulta imposible no tratar de seguirlas y unir sus fragmentos. Para evitar quedar como un simple fisgón diré que, a menudo, aquello que oigo por casualidad me sirve en mis propios relatos.Por una parte están las semillas de ideas que los desconocidos van dejando con su charla. Problemas, amores, frustraciones, toda una serie de fragmentos vitales que se pueden incorporar a nuestros personajes o crecer hasta adquirir entidad propia. Un trayecto en transporte público puede darnos pie a un sinfín de historias, contando además con el misterio añadido de desconocer tanto la identidad de los protagonistas, como el origen y el final (si es que lo hay) de sus dilemas.
Otra ventaja de escuchar lo que otros dicen es que se adquiere familiaridad con los giros y la manera de hablar de la gente, algo indispensable si queremos que nuestros diálogos resulten creíbles. No todo el mundo se expresa igual y la única forma de escapar de los límites de nuestra educación y estrato social es tratar de empaparnos de los de otros. Si nos estamos abiertos a esas influencias, todo el reparto de nuestra novela puede terminar como una sucesión de versiones distorsionadas de nosotros mismos.
Por último, un factor más para no sentir remordimientos a la hora de "pegar la oreja" es la posibilidad de descubrir, mediante ese modesto espionaje, a personajes memorables. Ya sea por sus retorcidos insultos, su lengua viperina o sus expresiones floreadas, esos individuos que destacan sobre la multitud son los que luego nos servirán para crear a nuestros propios protagonistas, secundarios o villanos.
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