viernes, 8 de julio de 2016

El reto de llegar a las 1.500 palabras diarias

Si algo me enseñó el Nanowrimo del año pasado fue que cuando uno tiene un objetivo claro y está decidido, puede hacer cosas inimaginables. Para quienes no lo conozcan, Nanowrimo es el nombre que recibe el National Novel Writing Month, un proyecto que reta a sus participantes a escribir una novela de 50.000 palabras durante el mes de noviembre. La de 2015 fue su edición número 16 y la primera en la que participé. Puedo decir que no sólo logré mi objetivo sino que supuso un cambio revolucionario en mi manera de entender la escritura.

Antes de noviembre del año pasado me podía considerar afortunado si escribía 500 palabras al día. Lo normal era que pelease con las hojas en blanco, escribiese, borrase y volviese a escribir sin acabar nunca satisfecho con el resultado. A menudo desechaba mi trabajo al cabo de unos días o directamente abandonaba los relatos, frustrado. Después de años siguiendo esta rutina casi había llegado a considerarlo parte natural del proceso. Disfrutaba con lo que hacía pero la lucha era constante y las alegrías, pocas. En el fondo sabía que era capaz de algo más, pero no lograba descubrir cuál era el problema.

Con todo esto en mente, resulta extraño que me apuntase al Nanowrimo porque, seamos realistas, ¿50.000 palabras en un mes? Eso da un saldo de más de 1.500 palabras al día, el triple de mi producción habitual. ¿De dónde sacaría el tiempo y la motivación? Sin pensarlo demasiado, me suscribí y ya estaba en ello.

Mi primer descubrimiento fue que en cuanto el único objetivo es escribir, nada impide hacerlo. Quería demostrarme a mí mismo que podía terminar la novela en un mes y me concentré, olvidando las dudas que antes me asaltaban. No pensaba en los futuros lectores ni en lograr la frase perfecta. No tenía más expectativas que llegar al final del día con el recuento de palabras siempre en ascenso.

Se podría pensar que ahí está el truco: si uno escribe cualquier cosa es normal poder llegar no sólo a 1.500 sino a 10.000 palabras. Pero mi intención no era sacrificar la calidad o rellenar páginas de frases sin sentido. Tenía clara la historia que quería contar, un relato que me obsesionaba desde hacía meses, y me ceñía a ello. Muchos de los personajes y situaciones ya estaban rondando por mi cabeza, lo que fue de gran ayuda. Me había allanado el camino sin ser consciente de ello.

Otra cosa que me repetía era que ya habría tiempo para repasar y reescribir todo lo necesario cuando acabase ese mes. Al fin y al cabo, el reto era sólo llegar a las 50.000 palabras, nada más. Los propios organizadores recomendaban tomarse el resultado como un primer borrador que pulir más adelante. De esa forma, si me asaltaban mis inseguridades o pensaba que no estaba dando con las expresiones correctas, podía decirme a mí mismo que ya lo arreglaría.

Así pasaron los días y las páginas fueron acumulándose. Me puse un horario fijo de escritura y no me permití saltármelo. Llegó la última semana de noviembre y para mi sorpresa la meta estaba a mi alcance sin tantos sufrimientos como había vaticinado. El último día el contador de mi procesador de textos me dio la feliz noticia. ¡Lo había conseguido!

Al margen del logro en sí mismo, lo que me produjo una inmensa alegría fue descubrir que era capaz de llegar hasta allí. A partir de ese momento, sólo tendría que aplicar la misma fórmula a cualquiera de mis proyectos. Pero... ¿cuál era el secreto? Después de analizar lo que había pasado lo reduje a los siguientes puntos:
  • Plantearnos los objetivos como retos: poner una fecha límite, establecer un horario o un número de palabras que cumplir cada día. El primer pensamiento será ¿en serio? Pero tener una meta y cumplirla produce satisfacción. Las pequeñas victorias diarias animan a continuar.
  • Hacer los preparativos necesarios antes de empezar: investigar, documentarse, preparar fichas de personajes, nombres y lugares de antemano evitará que rompamos el ritmo de escritura, además de estimular nuestra imaginación.
  • Olvidar las expectativas: ser consciente de que la perfección no es necesaria en el primer borrador. Además, nadie tiene tiene por qué leer nada nuestro si no queremos. Aprovechemos esa libertad total.
  • Conocer nuestra historia y concentrarnos en contarla: en el fondo se trata de transmitir una idea, usando cualquier medio que tengamos a mano. Si la palabra adecuada no viene a nuestra cabeza, cualquier otra que transmita lo que queremos servirá. Cuando hayamos terminado ya habrá tiempo de repasar y reescribir hasta quedar satisfechos.
Unas reglas tan simples y obvias que me costó asumirlas y aplicarlas. Pero puedo asegurar que a mí al menos me funcionan. Hay una más, que me gusta especialmente, aunque es más un dicho que cualquier escritor debería grabarse a fuego: noventa páginas malas son mejores que ninguna página.


Otros artículos interesantes sobre este mismo tema, por si queréis seguir indagando:
Cómo pasé de escribir 2000 palabras al día a 10000 palabras al día (Ana Katzen)
George R.R. Martin Asks Stephen King 'How the F**k Do You Write So Fast?!' (geektyrant)
The Daily Word Counts of 39 Famous Authors (Writers Write)


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