lunes, 23 de mayo de 2016

El malentendido final o cómo estropear una comedia romántica

No es ninguna novedad que la mayoría de las comedias románticas funcionan en base a una fórmula. Los clichés se repiten tanto que a menudo el mérito de una película de este género consiste en saber disimular esos mecanismos comunes lo suficiente como para que no se noten y a pesar de todo resulte fresca e interesante. A saber, chico que nunca encuentra a la persona adecuada, chica que ha salido de un desengaño (estos papeles son intercambiables), se cruzan por un motivo cualquiera. En un primer momento no congenian o directamente se llevan a matar, pero hay una química innegable entre ellos. Por azares del destino siguen coincidiendo y surge la chispa. Cuando ya han superado todos los obstáculos que les separan y la pareja parece consolidada, a escasos quince minutos del final, surge... el malentendido.

El malentendido puede ser alguien del pasado, un ex-novio/a que aparece asegurando que nunca rompieron, un amigo o un familiar que cuentan un secreto incómodo, por ejemplo que el protagonista apostó que lograría salir con alguien en menos de una semana... En resumen, cualquier excusa ridícula para separar a la pareja y volver a reunirles en los últimos minutos. El malentendido final es uno de los peores recursos narrativos que existen, no sólo eso, también es un insulto para el espectador.

Podemos asumir que el mundo de las comedias románticas es una versión distorsionada de la realidad, al igual que ocurre en todas las ficciones. En ese mundo, la lógica de las relaciones se flexibiliza un poco: el amor es más rápido e intenso, el cielo más azul, las personas que se odian pueden pasar a quererse sin ningún problema. Asumimos eso porque entramos en el juego del narrador, pero a cambio queremos que él nos trate con cierto respeto y no se ría de nosotros. Estamos viendo a la pareja perfecta enamorarse, ¿pero la magia se rompe porque no pueden, o no quieren, dedicar cinco minutos a solucionar el primer problema? No hay mejor forma, en mi opinión, de estropear tanto a los propios personajes como la trama.

Hay películas muy famosas que han jugado con la misma idea. Amélie, por ejemplo, termina con un malentendido y no supone ningún problema. Si se hace bien, es un elemento perfectamente válido. Quizá la clave está en no forzar una situación sin sentido. Si te acabas de enamorar de la persona más maravillosa del mundo, y de eso va toda la historia, ¿vas a ponerlo en peligro por no pararte a hablar? La cuestión principal que deben resolver las películas que recurren a esta maniobra simplona y tramposa es ¿me tomo en serio lo que cuento? Cuando uno puede responder que sí, las cosas salen mucho mejor.

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